No hay tierra para los ancianos

“No hay tierra para los ancianos”, dijo la voz que resonó desde la boca oscura de la puerta grande.

El viejo se encogió de hombros y se alejó de la puerta, escuchando como se cerraba detrás de él. No esperaba nada de esta comunidad. Ser viejo en esta época era un pecado – el robo del aire y agua de los niños que no tenían culpa por el estado del mundo.

En el pasado, él gritaba y maldecía las pisadas de los que lo rechazaban. “Yo no hice nada!” él pisaba y gritaba. El suelo debajo temblaba mientras la ira corría por sus piernas y pies. Las puertas nunca se afectaban por la furia del hombre, y con el tiempo y el viaje, él se convirtió en un viejo y comprendió sus defectos. Su existencia en las épocas anteriores era bastante. Sus años finales en este estado fueron apropiados.

Los escombros en el suelo en esta área eran llanos por los pies de miles de viajeros que pasaban por ellos. El polvo se asentó alrededor de sus dedos de pie, y las espirales y las arrugas estaban negras de la mugre. Pisó fuerte a un afloramiento solitario de piedra lo suficientemente lejos de la puerta y lo consideró. Seria agradable descansar aquí, pensó. Los huesos en los tobillos le dolaron. Pero la piedra parecía irregular e incómoda. Cuando él levantó el pie a ella y la rozó a lo largo de la superficie, sintió los callos desgarran.

Se lamió el dedo y lo aplicó al corte, limpiando las gotas escarlatas. “No es apropiado para descansar aquí”. Continuó su viaje y caminó sobre hueso y cascarilla, carapacho y mierda, todos reducidos al polvo que circundaban sus pies. Recordó la sonríe de su madre cuando era niño y las patas de gallo de su madre cuando era hombre. Recordó los besos que daba a sus hijos en las madrugadas antes de irse al trabajo. Pasó un día, o muchos, y el paisaje baldío no cambió. El cielo no existió, ni la noche. No necesitó comida, y bebió desde el aire; el polvo y el suelo cantaban.

Codicioso hombre codicioso. La culpa, una culpa humana, era un dolor leve en sus huesos. Otras rocas y otras puertas parecían tentadoras, pero nunca se detuvo. Sus pies estuvieron inquietos con los últimos suspiros de vida. El polvo flotó a su alrededor.

Pasaron los años de la misma forma y el viajero viejo y sus surcos se convirtieron en piedra. No se dieron cuenta cuando ocurrió, no es que hubiera importado. Ni las puertas ni el cielo notaron– cuando llegó el momento, se abrieron y cerraron para los jóvenes que regresan y cortejan el verdor.

El anciano de piedra fue abandonado en su rincón, intacta por los años y las cosas que vinieron. Sólo le importó al suelo.

No comments:

Post a Comment